Ilustración por Atahualpa Quintero para Revista (Des) Cartable
Fátima Villalta
En 1977 los Sex Pistols presentaban ante el mundo la canción que se convertiría en un hito contra la monarquía británica: God Save The Queen, el lanzamiento coincidía con el jubileo por los 25 años desde la llegada de la reina Isabel al trono. Aunque la canción originalmente se llamaría No Future, el primer nombre calzaba mejor porque aludía explícitamente a una canción que en los hechos se había convertido en el himno de Reino Unido.
Los setenta fueron el inicio de una época convulsa donde Europa y su poderío entraban en decadencia; la recesión, los procesos de descolonización en África, la disolución del poder sindical y finalmente, la caída del bloque soviético, todos esos elementos colocaron un aura de incertidumbre sobre la vida de los jóvenes y sus expectativas en cuanto al futuro. El punk de la mano de los Sex Pistols estaba al otro lado de la acera a diferencia del movimiento hippie con su optimismo y utopía. Lo que la banda no imaginaba es que el No Future no era solo una metáfora del declive del sueño inglés sino una realidad que desde las periferias no dejaría de agudizarse.
América Latina es la región que tiene la proporción más alta de homicidios contra menores de 25 años, parece que es más probable morir asesinado que terminar la universidad y las posibilidades de que una y otra cosa se vuelven más cercanas y lejanas respectivamente aumentan si hablamos de jóvenes pobres. En nuestra región, 9 de cada 10 personas que mueren por disparos de arma de fuego son jóvenes y niños. Con esta clase de datos es imposible no imaginar un rostro, una calle, un contexto; no son números sin historias, la gravedad de estos datos refleja lo asfixiante de nuestras sociedades donde la muerte dejó de ser un relato lejano para convertirse en una posibilidad real, tan real como el futuro que ya no existe.
José Manuel Valenzuela menciona como en nuestra región se les han expropiado a los jóvenes las posibilidades de desarrollar proyectos viables de vida, es decir proyectos como los que tuvieron nuestros padres cuando consiguieron un trabajo estable, formaron una familia, compraron una casa y esperaron el dinero de su retiro. Las tendencias globales demuestran un terrible deterioro en el mercado laboral cada vez más precarizado e inestable, las contrataciones “flexibles” como el outsourcing son las nuevas lógicas que se extienden por el mundo, que dominan el mercado laboral y que modifican las formas con las que asociábamos la idea del trabajo. La promesa capitalista del siglo XX se rompió y solo queda la sensación de estar en una carrera contra el tiempo para intentar salvar el pellejo.
Para quienes son jóvenes en América Latina salvar el pellejo puede significar muchas cosas incluso en términos simbólicos, desde migrar, abusar de sustancias para evadir la realidad, hasta integrar las filas del crimen organizado donde principalmente son los cuerpos de hombres jóvenes la principal fuerza de trabajo de este tipo de organizaciones. Valenzuela se refiere a esto último como “juvenicidio” haciendo alusión a la alta tasa de asesinato entre jóvenes empobrecidos para los cuales las oportunidades de vida han sido secuestradas porque no pudieron decidir en dónde y en qué familia nacer. No es casual que en ciertas zonas de nuestros países la violencia sea una constante, como sucede en El Salvador y los territorios dominados por organizaciones criminales donde son jóvenes quienes reclutan a otros, incluso a adolescentes y niños que han crecido socializados en la violencia y la miseria. Cuando en países como México, Colombia o Brasil, pertenecer a las estructuras del narcotráfico es un proyecto con más beneficios que las opciones laborales disponibles, este es un signo de la precarización de la vida donde vivir poco – aún con el permanente peso de la muerte sobre los hombros – es una opción deseable en comparación a una vida larga en la miseria.
En Nicaragua es sobre los cuerpos jóvenes que se concentra la mayor carga de violencia ejercida por el Estado, lo vimos en el 2018 cuando cientos de jóvenes fueron asesinados por los disparos mortales de los grupos policiales y parapoliciales. La muerte es una política de Estado y se ejerce no solo desde el asesinato sino desde la exclusión y el sometimiento, despojarnos de futuro es también enviarnos al matadero. En nuestro país desde hace más de 3 años miles de jóvenes han visto sus proyectos de vida truncados, sus certezas disiparse junto a sus oportunidades laborales. El bono demográfico del que tanto escuchamos a inicios de los 2000’s como una oportunidad de “progreso” terminó convertido a esta población mayoritariamente joven y en edad productiva en sujetos desechables, incómodos para los que no hay un lugar, mucho menos si se atreven a cuestionar el poder.
Quizás sea muy pronto para afirmarlo en Nicaragua, pero la violencia y la ruptura del tejido social han sido los ingredientes para las conformaciones de grupos juveniles criminales como sucede con las maras en el triángulo norte. Para recuperar la posibilidad de futuro también hay que recuperar la esperanza y los lazos, y eso no se gestiona ante un Estado que tiene como principal política el sometimiento. El capitalismo nos ha adiestrado para salvar nuestro propio pellejo en un mundo cada vez más competitivo y decadente, transformar este relato es también transformar nuestras relaciones y asumirnos como sujetos que han decido recuperar el porvenir.