En septiembre de 1978 murió asesinado el poeta Ernesto Castillo Salaverry, en alguna calle de León, a la edad de 21 años. Fue enterrado en una fosa común junto con otros combatientes que buscaban liberar a Nicaragua de la dictadura somocista. Esta nueva edición de su obra trae una propuesta de lectura alejada de la figura de poeta-mártir y se construye a partir del archivo fotográfico familiar, testimonios y estudios para contextualizar sus poemas al día de hoy.
Se trata de un recorrido documental por la vida de un joven nicaragüense -que como muchos otros- perdió su vida por no quedarse de brazos cruzados ante la injusticia de una dictadura. Eso es lo que mantiene su obra vigente, a 43 años de distancia de aquel disparo de francotirador que acabó con su vida y sus sueños de ver por fin a una Nicaragua libre.
Tu olvido es peor que la muerte (2020) es un libro de 118 páginas que abre con una Antología póstuma de los escritos que dejó Ernesto Castillo Salaverry, se puede leer como una especie de diario de combate o de su tiempo en el clandestinaje, pero también aborda con mucha intimidad los temas universales: el amor, la muerte, la incertidumbre y los bacanales de los jóvenes… todo eso en contraste con las “caras hambrientas, / barrios miserables, / torturas y brutalidades” durante la época de los Somoza, pero que bien podría estar hablando sobre la Nicaragua actual.
La segunda parte del libro se titula La muerte de Ernesto Castillo Salaverry y se trata de los testimonios de los padres del poeta, Cuta Salaverry Ocón y Ernesto Castillo Martínez. Aquí cuentan de primera mano cómo fue el momento exacto en que se enteraron de la muerte de Ernesto en León y también aportan datos, contexto y descripciones acerca de lo que pasó ese día. En tercer lugar está el apartado Dos cartas de 1978, epístolas familiares que Ernesto escribió desde la clandestinidad, habla de su entrega por la lucha contra la injusticia en Nicaragua y su convicción de que se puede lograr un mundo más justo a través de la causa que defiende.
Por último encontramos el Epílogo: para leer a Ernesto Castillo Salaverry, donde Ernesto Valle y Tito Castillo escriben algunas notas para contextualizar esta poesía al día de hoy. A lo largo de todo el libro se mezclan los textos con fotografías muy íntimas, que en conjunto aportan una nueva lectura para esta obra. Ya no se trata solo de un poeta-mártir sino que también podemos ver al joven cuya vida fue truncada, que aunque estaba seguro de su muerte y de su causa, en mundo ideal nunca hubiera tenido que enfrentarse a esta realidad tan brutal.
Este libro es una coedición entre Eldesertor_ a cargo de Tito Castillo y Lauburu Ediciones, de Nicolás Chaves. Fue impreso en Buenos Aires, Argentina, y ha tenido buena acogida dentro del público latinoamericano. Es un proyecto independiente y autogestionado, que sigue cruzando las fronteras de los países del cono sur y Centroamérica gracias a la solidaridad de sus lectores.
A continuación les presentamos en exclusiva para Revista (Des)Cartable una selección de algunos poemas que aparecen en Tu olvido es peor que la muerte (2020).
Se asustan
de lo que escribo;
apenas ven muerte
o suicidio
comienzan a
hablarme del amor,
del futuro,
de la felicidad
que nos rodea.
Es por eso
que voy a usar
mi vieja máscara,
la del muchacho
tranquilo, serio, responsable,
que solo escribe
poemas de amor.
Pero en la soledad
de mi cuarto
seguiré abriendo túneles.
Se asustan
de lo que escribo;
apenas ven muerte
o suicidio
comienzan a
hablarme del amor,
del futuro,
de la felicidad
que nos rodea.
Es por eso
que voy a usar
mi vieja máscara,
la del muchacho
tranquilo, serio, responsable,
que solo escribe
poemas de amor.
Pero en la soledad
de mi cuarto
seguiré abriendo túneles.
Dicen
que soy contradictorio,
que mis poemas no reflejan
mi personalidad.
Soy extrovertido
alegre, feliz,
nunca demuestro
la más mínima tristeza.
Creen conocerme
y en realidad
conocen a otra persona,
pues yo soy mis poemas,
aquel que habla
a la noche, lágrimas
y otras angustias;
yo soy lo que escribo;
y lo que ustedes ven
no es más que
una máscara.
Cuando a veces,
en medio del humo de los cigarros
arrojan tu nombre,
los compañeros que recuerdan
con nostalgia el queso de crema,
nacatamales el domingo en la mañana
o vigorón en el parque de Granada,
yo les pregunto:
¿Dónde está ese país
que inspira en ustedes
tan agradables recuerdos?
Porque, aunque conozco uno
que tiene lagos azules,
montañas húmedas oliendo
a vida,
me es difícil comentarlo
porque la sangre derramándose
en las cámaras de tortura
ahoga el recuerdo,
humedece la mirada,
y me da ganas de decirles
que ustedes
no son nicaragüenses.
Te subes a tu carro
último modelo
con tocacintas, aire acondicionado
y todas las extras posibles;
Llevas en la bolsa
suficiente marihuana
para pasar la noche en onda.
Pasas recogiendo a la chavala
(no te acuerdas del nombre)
que sabe a lo que va,
y juntos enfilan su camino
hacia la fiesta
que estará repleta de muchachos como vos,
de carros último modelo,
de muchachas sin nombre,
que saben a lo que van.
Se repiten los saludos y
abrazos llenos de insinuaciones
que hacen reír tu ignorancia;
lentamente te sumerges en
el remolino de cuerpos
que se engañan en el baile.
Más tarde las parejas buscan el encuentro
a oscuras,
en sus carros último modelo
o en moteles caros,
con música ambiental
y servicio de restaurante, por supuesto.
Luego de vaciar tu apetito sexual
dejas a tu amiga en
su casa, donde estará sola
entre su familia burguesa
que aplaude el que salga con
un “muchacho de sociedad”.
Llegas a tu casa
te bajas del carro,
lo revisas por si ha quedado algo olvidado,
entras a tu cuarto
y apagas la luz.
Pero el sueño no llega
y te pones a pensar
en la jornada que
acabas de dejar atrás
y te recreas en el placer
de rescatar los actos de esa noche;
más, algo te falta,
no te sientes completo,
todo te parece vacío,
carente de significado,
y se asoman a tu mente caras hambrientas,
barrios miserables
torturas y brutalidades,
y te das cuenta que
has participado esta noche
en la opresión de tu pueblo,
has engrosado las filas
de los verdugos;
Y crees que es tarde
para rectificar
y te duermes con
la conciencia alborotada,
pero resignado a saber
que el próximo viernes
irás a la fiesta
en tu otro carro último modelo,
con otra muchacha de la que
no sabes el nombre.
En la oscuridad de la montaña
te recuerdo, compañero,
esperando la columna
que se acerca lentamente
como presintiendo el peligro
que acecha,
como viento el rifle
que empuñan mis manos.
Aún siento el peso de tu
cuerpo resbaloso por la
sangre, oigo tus gemidos
en el canto de los libros
que acompañan mi soledad.
Te mataron una noche
como esta, llena de amor,
de recuerdos, de esperanza.
Eras el primero en el combate
y tu nombre fue ejemplo
para aquel que iniciaba
su tarea redentora
de oprimidos.
Nadie supo el origen
del disparo que desfiguró
tu rostro llevándose
los ojos que tantas noches
había explorado.
Recuerdo que al llegar al campamento, no te reíste
de mis poemas de amor,
que ya nunca volveré a
escribir, me enseñaste
el manejo de las armas,
la preparación de la emboscada,
la disciplina.
Poco a poco fuiste
trasladando tu fuerza
revolucionaria al burgués
que apareció con el folder
de poemas a la novia,
el muchacho que de pronto
se encontró metido en
el combate, en medio
del humo de los rifles…
Si hubieras nacido
en otro país,
si hubiéramos conocido
otro tipo de sociedad,
seríamos una pareja feliz,
que hace planes sobre el futuro,
que se escriben poemas y cartas de amor.
Y toda nuestra preocupación
y todos nuestros problemas
serían nuestras relaciones.
Pero nacimos en Nicaragua,
nos conocimos
y nos queremos
en este país.
Nos escribimos cartas y poesías,
pero no de amor,
sino de lucha.
Cartas que hablan de compañeros asesinados,
poemas que circulan clandestinamente.
Nuestros problemas
son los problemas de nuestro pueblo.
Sin embargo, estoy seguro
de que nuestro amor,
no puede ser más grande,
pues además de ser nuestro,
es de todo el pueblo,
y es suficiente.
Después de los disparos
después de los golpes
después de las sirenas
después de la sangre
ha quedado en el aire
un silencio de muerte.
Aunque nadie lo dice,
tal vez por la censura,
hay una razón
o un temor
flotando en el calor
de la ciudad.
Ya no impresionan
esas fotos de tu prensa;
rostros bañados en sangre,
ni la página de sucesos,
donde cada día
salen los reportes
de la Cruz Roja
cada vez más grande.
¿Por qué la gente
es muerta en la carretera?
Ayer leí en los periódicos
la noticia de tu muerte.
Ni tu nombre agregaré
a la lista de los mártires;
basta ya de teorías,
libros y folletos:
ocuparé tu puesto.