28 Ene 2022

Arte colectivo, autogestionado y popular en Nicaragua

Miranda

Collage por spd.signer para Revista (Des)Cartable

Antes de Abril 2018 la escena cultural y artística de Nicaragua vivía sus mejores momentos. La escena musical gozaba de nuevas propuestas y nuevos espacios con conciertos casi todos los días de la semana. La gestión cultural ofrecía nuevas iniciativas, talleres, financiamiento y colaboraciones dentro y fuera de Managua. El arte contemporáneo se estudiaba y se experimentaba radicalmente inspirando maneras alternativas para pensar la cultura, la identidad y la nación. Emergieron nuevos autores literarios jóvenes. Se graduó la primera clase de Estudios Culturales, que inspiró a una nueva generación de investigación crítica. El arte y la cultura con sus efectos en la sociedad estaban agarrando impulso y ponían en escena la creatividad y capacidad de toda una generación dispuesta a enunciarse.

Este impulso artístico y cultural del momento respondía a un vacío político, a un rechazo al activismo político tradicional y en cómo la juventud en vez de articular sus demandas a través de la manera tradicional militando en un partido, participando en campañas electorales, más bien buscaba cómo articular de manera creativa sus descontentos y posiciones; ya sea en la escritura, música, baile, o arte contemporáneo. Muchos políticos y activistas “de vieja escuela” no tenían poder en este nuevo dominio, y criticaban a lxs jóvenes como “apolíticos” y con falta de conciencia social. Pero esta movida hacia la cultura es precisamente una movida hacia distintas maneras de hacer política, y hacia la creación de espacios e iniciativas existencialmente más gratificantes que seguir la línea fanática del partido o hacer un activismo electoral ya cooptado y manipulado por el orteguismo y su mentalidad clientelista.

Justo en medio de todas estas emancipaciones y debates culturales, dimos luz a Abril. Ahora, cuatro años después, con un poquito más de tiempo para procesar, nos preguntamos: ¿Qué significa hacer arte y cultura después del Abril? ¿Cómo reaccionamos? ¿Qué aprendimos? ¿Qué nos queda por aprender?

Abril politizó a toda la escena cultural y trazó una línea fija en la arena, invitándonos a cruzar y tomar conciencia política y luchar por la justicia y la autodeterminación. Como artistas tenemos  que redescubrir nuestra posición y nuestro aporte social. En momentos se sentía absurdo hacer arte decorativo cuando existían estudiantes atrincherados en la UNAN y paramilitares atacando Monimbó. Necesitábamos salir de ciertas comodidades y hacer cosas diferentes. Sin embargo, muchos músicos, artistas y espacios culturales que gozaban de su posición “apolítica” decidieron callar y no mezclar el arte con la política, así privilegiaron su analfabetismo político y asumieron una diferencia equivocada entre la dimensión cultural y la dimensión política. Pero para la mayoría el arte y la cultura surgieron como vehículos y procesos de denuncia popular. Emergieron grafitis, consignas, gráficas, poemas, cómics, memes, pinturas, murales, instalaciones todo para criticar la falta de justicia, denunciar la violencia, conmemorar a los asesinados, y concientizar internacionalmente la situación. El arte y la política se volvieron uno mismo. Hacer política era hacer arte y hacer arte era hacer política. En este sentido, el arte era patrimonio de la insurrección, era algo común que nos pertenece a todxs, algo que compartimos e incentivaba a cualquiera a participar para enunciarse. El arte era accesible, propio y popular.

La escena cultural en sus momentos más emocionantes creaba plantones culturales. Estos plantones operan como espacios de celebración, denuncia y goce, específicamente diseñados para proteger a personas atrincheradas y convocar la presencia popular, y así desmotivar cualquier ataque paramilitar. Estos plantones eran autogestionados y cualquiera podía tomar el micrófono y participar. Los plantones culturales ejemplificaban el mayor potencial del arte: crear sujetos políticos con agencia, autonomía y con capacidad de gestionar nuevos tipos de comunidades. En estos momentos el proceso de hacer arte era igual de importante que el contenido del arte. En otras palabras, el cómo-hacerlo era igual de importante que el quehacer. El arte era lo que se construía entre las personas, rompiendo las barreras entre “artista” y “espectador”.

Pero al mismo tiempo, podemos pensar la cultura en sus puntos más problemáticos, ciertos artistas, escritores y músicos aprovecharon la situación política para avanzar sus propias carreras, así monopolizando la narrativa y hablando “en nombre de” un pueblo que no puede ser homogeneizado. Este fue el artista-emprendedor, que quería ser la referencia nacional en nombre de las protestas. Aún más, esta manera de pensar el arte también fue adoptada por partidos políticos, organizaciones no gubernamentales,  influencers y agencias de marketing, para adaptarse a los nuevos escenarios estéticos y así acceder a un nuevo capital cultural. Pensar el arte de esta manera busca más bien generar poder individual e intencionalmente excluir a la mayoría de pensar y construir algo colectivo.

Inclusive, los centros e instituciones culturales también tenían que tomar postura y contestar la pregunta de ¿Qué significaba hacer gestión cultural dentro de una crisis política? ¿De qué manera se practica la responsabilidad institucional y cultural frente a un gobierno que cometió crímenes de lesa humanidad? El centro cultural como institución local o internacional tiene que legitimar los lazos gubernamentales para seguir su línea diplomática y apolitizarse en frente de tanta injusticia. Específicamente el discurso más pacificado de las ONG culturales involucra adoptar una lenguaje abstracto de “derechos humanos” sin articular específicamente el origen de la violencia y la injusticia.  Los pocos espacios de activación por la justicia social fueron absorbidos por el Estado, a como sucedió en una exposición de arte por los Derechos Humanos a la cual irónicamente asistieron Laureano, Camila y Juan Carlos Ortega. Entonces, por cuestiones diplomáticas, las instituciones culturales, que tanto se enuncian a favor de la creatividad y el poder popular y la democracia, no pudieron radicalmente apoyar a las comunidades que atendían.


Pero pasaron los meses, y el peso de la situación siguió causando ansias e incertidumbre, el goce se transformó en exilio y el exilio se transformó en luto. Los artistas tuvimos una segunda crisis existencial en cuestión al arte. ¿Qué hacer? ¿Cómo hacerlo? ¿Por qué hacerlo? ¿Cuál es el punto? Denunciar la situación y la violación de derechos humanos se volvió redundante frente  a un complejo militar que secuestraba y una negociación internacional lenta y burocrática. Ocupar el arte para denunciar ya no era suficiente, porque ya todos sabíamos lo que ocurría y ya contamos con la solidaridad popular e internacional. Pero algo aún más doloroso fue que  se nos arrebató a la fuerza el espacio público y con eso las características más prometedoras del binomio arte-politica, o sea la capacidad de encontrarnos, sentirnos y crear nuevos espacios en común. Fue así como rápidamente fuimos perdiendo este impulso artístico recién encontrado.

Otro factor importante en la desmotivación artística tuvo que ver con que al perder el espacio público, intentaron convencernos de que la salida electoral era la única salida. Las posibilidades de experimentar y construir comunidad en conjunto se redujeron a una propuesta electoral ya establecida. Así, el arte y sus capacidades transformativas tuvieron que tomar un segundo plano.

Pensando ahora tres años después de Abril, ¿qué podemos aprender sobre el arte y en qué áreas podemos fortalecernos? La situación es trágica, pero logramos vivir, por muy breves momentos, nuestro verdadero potencial cultural y artístico. Juntos logramos redefinir lo que significa hacer cultura fuera de los marcos institucionales o académicos. Logramos crear arte en conjunto. Logramos salir de nuestras zonas de confort. Logramos pensar el arte como método de cambio social. Logramos generar conversaciones radicales sobre nuestras identidades y memorias. Logramos rechazar los procesos de privatización y mercantilización del arte y así compartir y distribuir libremente una experiencia popular. Logramos experimentar con la autogestión y construir a pesar de la falta de financiación. En otras palabras, la situación hostil y precaria nos obligó a pensar en nuevas definiciones del arte, de la autoría y de la política.

En medio de nuestra crisis actual, tenemos que rescatar todas los sentimientos que empoderan nuestras ganas de cambiar y aferrarnos a todo lo bello que logramos construir. Este será entonces nuestra nueva referencia política y artística de lo que realmente somos capaces. El arte y la cultura no deben tomar segundo plano y tienen que ser la manera en que radicalmente cambiamos el futuro de nuestras comunidades, no como tareas impuestas desde una élite pero como algo siempre en construcción, lleno de contradicciones, mutaciones y creado siempre  desde lo colectivo.